La estructura de acero dentro de los cuatro pilares que sostienen el icónico Monumento a la Revolución de México es poco conocida tanto por locales como por extraños.
Las grandes vigas de acero que conforman el interior parecen evocar una visión del pasado de México. Recorrerlo permite sumergirse en cómo era la vida en los años 30. El entonces presidente de México, Porfirio Díaz, habría convocado a un concurso internacional para construir el que, en efecto, sería uno de los Palacios Legislativos más grandes y prestigiosos del mundo. Su propósito: celebrar el centenario de la independencia de México.
La obra fue encargada a Henri Jean Emile Benard, un experimentado arquitecto francés, pero quedó inconclusa en 1912 y su estructura abandonada durante más de dos décadas debido a los conflictos armados y la agitación política en la que se encontraba el país.
Luego de la Revolución Mexicana se intentó retomar su construcción, pero no para el proyecto original, sino para albergar a los héroes de la guerra. Se dice que el proyecto volvió a quedar obsoleto debido a la muerte de Porfirio Díaz y Émile Bénard.
El arquitecto Carlos Obregón Santacilia fue quien restauró la obra inacabada de Emile Benard, catalogada como de gran valor arquitectónico. El monumento fue constituido como mausoleo en 1936 y en él se encuentran las criptas colocadas en la base de los cuatro pilares: Venustiano Carranza, Francisco I Madero, Plutarco Elías Calles, Francisco Villa y Lázaro Cárdenas.
El Monumento a la Revolución fue terminado en 1938 y fue concebido también con un mirador público, actualmente con modernas modificaciones en su ascensor que permite a los visitantes recorrer su interior.
El Monumento a la Revolución es conocido, por la mayoría, por su imponente apariencia exterior, pero vale la pena explorar su interior con sus pasajes y escaleras de acero que sustentan su pasado, que narran por sí solas lo sucedido durante poco más de un siglo de Cultura mexicana.