—Tu rostro de niña se convierte en monstruo. La implacable maldad de los hombres perturba tu mente, tus deseos de vivir, tu ilusión por sonreír.
Tus hermosos ojos se tornan perversos, ansiosos de venganza, de sangre; te muestras maligna. Te posee el diablo, no eres dueña de ti.
Ho, mi niña!, que diera por sacar de tus adentros aquellos malignos avernos y entonces, disfrutar de tu esencia. /Jn