Tu rostro de niña se transforma en monstruo.
La implacable maldad de los hombres perturba tu mente,
apaga tus deseos de vivir, apaga tu ilusión por sonreír.
Tus hermosos ojos se tornan perversos,
ansiosos de venganza y de sangre;
te muestras ahora maligna,
pues te posee el diablo,
y no eres dueña de ti.
Oh, ¡mi niña!,
¿qué diera por sacar de tus adentros
aquellos malignos avernos
para disfrutar de tu esencia nuevamente?